Había una vez una princesa
que conoció el mundo en páginas,
y cuando llegó la hora
de encarnarlas en vida,
el cuento terminó.
Olvidó lo que un día supo,
supo que jamás había aprendido nada,
que solo era un contenedor de comienzos,
incapaz de mantener sus propios sueños.
Hibernaba mientras no sentía,
vegetaba sin flores, paralizaba su savia
intentando mantener su belleza exterior,
en tanto la interior se convertía en CO2
que la intoxicaba.
Tenía miedo a mirarse al espejo y no verse,
o verse desaparecer
diluyéndose en el Harpic del lavabo.
¿Qué fue? ¿Que qué iba a ser?
No lo recordaba porque su futuro se truncó.
Las lágrimas de lejía resbalaban
por la nada de su cara.
No tenía porvenir.
Era absolutamente pasado
y el hoy consistía en un simple
restar de días insoportable.
Invirtió en su futuro
derrochando su presente
y perdió.